16 julio, 2016

Lo mal que me hace que no se juegue el sábado

Llueve y se suspende la fecha. Así de corta. Y uno queda desangelado, la semana prácticamente arruinada, las ansías sin lugar donde ponerlas, la adrenalina guardada hasta nuevo aviso, sin desgaste.

Después de tantos años, un sábado sin el encuentro futbolero con la T es como un sueño sin final. El sábado queda grande, inmenso, injustificable. Las horas se hacen largas y la tarde es un homenaje absurdo al tedio.
Lo peor son las tareas hogareñas que ganan terreno. Preparar la ensalada, Lavar los platos, barrer el living, aprovechar para despejar de marañas el patio, ponerse al día ordenando las boletas, pasarle Blem a la mesa del living, aspirar el auto, que es un asco. No le van a la zaga las excusas:  salir a cagarse de frío caminando, buscar alguna serie, empezar el libro que tenemos pendiente hace rato.


Habrá que irse a dormir temprano, sin que te duelan las patas, sin devanarte los sesos dele pensar  porqué carajo no le pegaste una patada a tiempo al 14 que te volvió loco todo el primer tiempo. Te espera un sueño rutinario y ordenado, tan triste como el sábado sin fútbol.

1 comentario:

alberto dijo...

La unica alegria rescatable es la del arquero de turno que se salvo de caer derrotado por un gol del editor